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lasdel8

Puntas de (terroríficos) icebergs

por Gracia Trujillo

A finales de junio estuve en Gijón, invitada por las chicas de Tríbadas dentro de los actos organizados para el Orgullo. Comimos (y cenamos) en la sidrería La Caleya, un sitio estupendo. Como sus camareras. Una de ellas está pendiente de un juicio por la agresión que sufrieron ella y su chica por parte de un grupito de nenes y nenas de familias bien, jovencitos que no tenían probablemente (¡pobres!) otra cosa mejor que hacer aquella noche que agredir a una pareja de bolleras por la calle con piedras y botellas. Según me contó esta chica, tuvieron que refugiarse en un hotel, donde uno de los empleados, al que ellas conocían, salió y logró que las joyas agresoras se largaran. Luego parece ser que, al poner la denuncia, con los nervios del mal trago pasado, se les olvidó añadir que son pareja. Y sin ese dato, difícil va a ser conseguir que apliquen la agravante por lesbofobia. Aún así, confiemos en que el juicio vaya lo mejor posible.

 

El 4 de julio, María López, presidenta del colectivo LGTB ¿Y a ti qué? de Ceuta, fue agredida brutalmente por un energúmeno mientras estaba con su chica por una zona de marcha nocturna de la ciudad. María acabó en el hospital con una serie de contusiones en la cabeza, hematomas, derrames en los ojos… Podéis escucharla en este vídeo: http://www.youtube.com/watch?v=KJOX0mznuOU. Los medios recogieron la noticia diciendo que la agresión había sido “por ser lesbiana y no ocultar su condición”. Yo me quedé alucinada: no hace falta pensar mucho para deducir que, entonces, si hubiera ocultado esa “condición” (qué horror de expresión, por cierto), a lo mejor no le habría pasado nada. Este proceso perverso viene siendo denunciado por el feminismo desde hace décadas; se llama culpabilización de la víctima. Algo habrás hecho tú para que te haya pasado lo que te ha pasado (desde llevar una minifalda hasta no ocultar que eres bollera, entre otras mil posibles “provocaciones”). No digo que la prensa estuviera culpabilizándola, pero sí que la forma de expresar la noticia no era, no sé si deliberadamente o no, la más adecuada. En todo caso, a los y las heterosexuales no les agrede nadie en la calle por “no ocultar su condición”, ¿no?  La realidad no sólo supera, muchas veces, a la ficción, sino que es bastante desoladora: en la gran mayoría de estos casos, como el de María, las agresiones son consideradas faltas y no delitos, y es muy difícil conseguir la aplicación del agravante por homofobia.

Seguimos. Hace poco (finales de julio), una pareja de mujeres fue agredida en un restaurante de Madrid, de la cadena José Luis (no se organizó una besada finalmente; una pena, pero para que no vayáis). “Idos a vuestra casa, bolleras de mierda”, fue uno de los comentarios del tipo, que llegó hasta a golpear a una de ellas, después de que se dieran un beso. El personal del restaurante no sólo no ayudó a la pareja, sino que pasó de todo, y el encargado llegó a decirles que habían montado un buen pollo. Otra vez la misma canción culpabilizadora. Nada, sales a cenar y tienes todo el pack agresión: te insultan, te dan un puñetazo, nadie te echa un cable y encima la culpable eres tú por no estar quietecita, callada o en tu casa. Para que luego digan; ser bollera, marica o trans puede resultar la mar de divertido.

Hay muchos más casos; algunos se denuncian, otros no. Mientras escribo esto, Maro, amigo trans, está pendiente del juicio contra varios miembros de la guardia urbana de Barcelona, por detención ilegal (simplemente les dio la gana detenerle) y por vejaciones, en el traslado a la comisaría y allí también, una vez que vieron que su aspecto de chico no correspondía al nombre del dni. Se ha organizado un grupo de apoyo  (http://proutransfobiapolicial.blogspot.com/), y hay una cuenta bancaria por si podéis colaborar: necesitan fondos para continuar con el juicio. Van a intentar conseguir el precedente de agresión por transfobia, en este caso aderezada de racismo puro y duro (Maro tiene una piel más coloreada de la cuenta, lo que no le debe de ayudar mucho).

Está claro que cada vez somos más visibles y que hay gente que no lo lleva muy bien. Es su problema. El nuestro es que sus prejuicios, odios y fobias se pueden traducir en risitas, comentarios injuriosos, desprecios, agresiones físicas o detenciones ilegales. Incluso en asesinatos, como el de los gays de Vigo; al asesino le acaban de poner en libertad provisional, a la espera de un nuevo juicio en septiembre. Por si no recordáis el caso: en julio de 2006, Jacobo Piñeiro, después de ir de manera voluntaria a casa de Isaac Pérez y Julio Anderson (que era brasileño), los mató, no con una ni con dos, sino con 57 puñaladas. Luego se duchó (toma temple el tío) y prendió fuego a la casa. Un jurado popular lo absolvió (toma homofobia y racismo del grupito de marras) al considerar que había matado en “defensa propia” (¿cómo pueden ser 57 puñaladas defensa propia?), movido por un “miedo insuperable” a ser violado por los dos gays; sólo fue declarado culpable de un delito de incendio. Posteriormente, el Tribunal Superior de Justicia de Galicia puso algo de cordura en todo el proceso, anulando la sentencia y ordenando la repetición del juicio con un nuevo jurado. Mientras tanto, el asesino está en la calle. Lo mismo ahora se está tomando un helado mientras se ríe macabramente un poco de todo.
En fin. Hay que seguir denunciando todas las agresiones, que son las puntas de esos icebergs abismales del odio a la diferencia. Tendríamos que empezar por apuntarnos (o volver) a algún que otro taller de autodefensa feminista, o, en su defecto, al gimnasio; seguir construyendo comunidades político-afectivas, tejiendo redes, inventándonos manadas o como queramos llamarlo… Para que cuando pasen cosas tengamos adonde ir, resortes para reaccionar y organizar la rabia y las respuestas. Y para al menos poder decir: “Bueno, no estamos tan sol@s“.

 

Gracia Trujillo es activista feminista queer y autora de Deseo y resistencia (Egales, 2009)

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