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Diario de Silvia García

Diario de Silvia García

Por Silvia García

Lunes, 8 de noviembre. Cinco de la madrugada. No puedo dormir. Hace horas que corre el rumor de que la policía marroquí está a punto de asaltar Gdeim Izik –el campamento que los saharauis han montado a 15 km al este de El Aaiún para reclamar mejoras sociales— y la tensión me impide conciliar el sueño. Las primeras jaimas se levantaron el 10 de octubre y, casi un mes después, son ya 20.000 personas las acampadas como protesta. Yo llegué hace 15 días. Mi compañero, el pacense Javier Sopeña, hace un mes. Ambos somos activistas de la asociación Sáhara Thawra. En el campamento está también Isabel Terraza con su compañero, el mexicano Antonio Velázquez, del Grupo de Resistencia Saharaui. Somos los únicos españoles en Gdeim Izik.

El silencio de la noche se interrumpe de golpe. Alguien en el campamento da la voz de alarma. Salgo precipitadamente de mi jaima. Escucho los motores de decenas de furgonetas que, a oscuras, parecen estar rodeando el campamento. Me subo al tejado de una pequeña casa y le doy al play de mi cámara. El helicóptero marroquí que sobrevuela Gdeim Izik hace sonar sus sirenas y desde un altavoz nos dicen que desalojemos. Las furgonetas policiales también encienden las luces y accionan las sirenas. El ruido es intimidatorio y atronador. Comienzan a distinguirse las siluetas marciales de unos 200 antidisturbios marroquíes bien equipados: cascos, escudos, porras, metralletas... Derriban las tiendas y desalojan por la fuerza. Lanzan piedras al tejado desde donde grabo y tengo que bajarme. Veo a mujeres corriendo, gritando, llorando. Han lanzado gases lacrimógenos. Me rabian los ojos y me arde la cara. Me asfixio. Un amigo saharaui me da cebolla y colonia para mitigar el efecto de los gases. Tengo miedo y estoy a punto de arrancar a llorar cuando veo a los marroquíes reírse mientras saquean las pertenencias de los saharauis que tratan de huir en sus coches. A mi lado un grupo de jóvenes esposados son golpeados en las rodillas, en las manos, en la cabeza... A algunos se los llevan casi desmayados por las palizas.

Echo a correr. Veo cabezas abiertas, heridas y mucha sangre. No sé de dónde ha salido la que mancha mi melfa. Me refugio en la casa de unos pastores. Dentro hay unas 50 mujeres, 10 jóvenes, otra decena de niños menores de seis años y un chico en silla de ruedas. Intentamos levantar un piquete tras la puerta para evitar que asalten la casa, pero es inútil. Rompen los cristales y empiezan a caernos piedras. Cuando salimos, decenas de policías nos hacen el pasillo. Nos golpean. Sacan a los jóvenes de la casa uno a uno, los tumban en el suelo y los patean más de 20 antidisturbios. Los meten medio inconscientes en coches y se los llevan. Sólo quedamos las mujeres rodeadas de militares. Somos las últimas de Gdeim Izik. A nuestro alrededor la escena es dantesca. El campamento ha quedado reducido a cenizas. ¡Qué masacre! Algunas jaimas arden. Otras son aplastadas por una apisonadora. En tres horas han desmantelado a 20.000 personas. Caminamos por el desierto. No sé qué hora es ni cuánto tardamos en llegar a El Aaiún. ¿Qué habrá sido de mi compañero Javier?

MARTES. Marruecos ha decretado el toque de queda en El Aaiún. Nos han advertido de que si salimos de las casas nos matarán. Estoy refugiada en algún rincón de la ciudad. Por seguridad, no les digo al resto de españoles dónde estoy ni pregunto dónde se esconden ellos. Con la ciudad cerrada a la entrada de extranjeros, nos hemos convertido en los únicos testigos e informadores de la masacre. Nuestra presencia amenaza la estrategia de ocultismo de Marruecos y me consta que nos están buscando. Corremos peligro. No sabemos si quieren deportarnos o matarnos. Le han pegado una paliza a un periodista norteamericano al que han confundido con uno de nosotros. En la huida muchas familias saharauis han quedado separadas. Hay madres que saben dónde están sus hijos, pero no pueden ir a buscarlos.

MIÉRCOLES. No he podido salir de mi escondite, pero las informaciones que circulan por la ciudad son terribles. Los marroquíes no permiten que nadie se acerque a los escombros de lo que era Gdeim Izik. Cuentan que donde está ubicado el campamento se han encontrado fosas comunes con muchos cadáveres. Se habla de 18 mujeres, siete hombres y un niño de siete años, al menos. Y de un pozo cerca del río con 25 cadáveres más. ¿Cuántos habrán muerto? Las fuerzas marroquíes siguen asaltando las casas y llevándose a hombres y mujeres. La brutalidad de sus métodos es indescriptible. Se ceban con los niños. Muchos vecinos cambian varias veces al día de domicilio para no ser detenidos.

JUEVES. El Ejército ha tomado la ciudad y controla los puntos estratégicos, como aeropuertos u hospitales. Los colonos marroquíes patrullan El Aaiún armados con cuchillos y hachas. Muchas familias buscan desesperadas a los suyos en hospitales y comisarías, y algunos se han enfrentado con las fuerzas marroquíes en los cuarteles y en la Cárcel Negra de El Aaiún. Se habla de 1.000 desaparecidos. La cifra aumentará porque no cesan las detenciones. Temo que den conmigo y cambio de escondite.

VIERNES. Esta mañana he conseguido conexión a internet y he contactado con mis compañeros de Thawra en Madrid. Tengo miedo de usar el móvil por si me localizan a través de su señal, como están haciendo con los saharauis. Hemos detectado a un grupo de policías marroquíes muy cerca de donde me refugio, tememos que me capturen y cambio de lugar. Es muy difícil moverse en un El Aaiún totalmente tomado. Paran a todos los coches. Temo por mi vida y por la de quienes me acompañan. Varios testimonios aseguran que decenas de vehículos policiales viajan desde las comisarías en dirección al norte. Parece que están llevando a los detenidos hacia el interior de Marruecos. Mi familia está preocupada. Quieren que regrese. No tengo documentación porque la perdí en el asalto a Gdeim Izik. Y siento que debo quedarme. Alguien tiene que contar lo que está pasando aquí.

Fuente: periódico el mundo

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