Feminismos: genealogía de las diferencias
SILVIA L. GIL
Existe la idea de que algunos feminismos y políticas queer desde los años 90 tienen poco o nada que ver con el movimiento feminista, tachado de tener una noción estática y poco dinámica de la identidad y centrarse en un determinado sujeto mujer de clase media y heterosexual. Sin embargo, hay genealogías que conectan las nuevas prácticas feministas
con este movimiento, que dialogan con él, a condición de que entendamos por éste un proceso vivo, un espacio para el pensamiento y la experimentación política. En 1975, cuando se realizan las I Jornadas por la Liberación de la Mujer, pese a que ya se perfilaron diferentes tipos de feminismos representados por el Colectivo Feminista (partidarias de la única militancia) y por las marxistas (partidarias de la doble militancia), la idea del todas a una era central. A lo largo de los años, esa unidad se irá poniendo en cuestión a través de tres grandes debates sobre las diferencias. El primero surge en las Jornadas de Granada de 1979. En ellas, Gretel Amman leyó un texto en el que por primera vez se usa el concepto diferencia, argumentando que la lucha marxista supeditaba los intereses de las mujeres, anulando la necesidad de una lucha propia, autónoma de los partidos y de los hombres. Las independientes abandonaron el encuentro y comenzaron a organizarse por su cuenta. De 1980 a 1986 debatieron intensamente sobre el cuerpo, la organización entre mujeres, el autoconocimiento, la sexualidad o el lesbianismo autónomo. El segundo de estos debates se produce por las reflexiones introducidas por las lesbianas, que comienzan a organizarse en el interior del movimiento en los 80, aunque están presentes desde sus inicios. A raíz de las I Jornadas de Lesbianas de Madrid (1980) se crean los primeros grupos. El tema estrella era la visibilidad: se sacaban revistas, se armaban campañas y se montaban fiestas a las que acudían bolleras, feministas de distintas generaciones y otras raritas. Las lesbianas aportaron la necesidad de comprender las luchas por el derecho al aborto en el marco de una lucha más amplia contra el modelo sexual dominante y la necesidad de romper con la equiparación entre sexualidad y heterosexualidad. En 1988, en las II Jornadas sobre Lesbianismo pusieron sobre la mesa la necesidad de acabar con toda idea normativa de la sexualidad: introdujeron el tema de las fantasías sexuales, el porno, los roles de género butch/femme y las relaciones sado/maso. Ese mismo año se celebran las Jornadas contra el Machismo en Santiago de Compostela, dando lugar a dos posturas irreconciliables en el movimiento feminista: una que considera el porno, la prostitución y los roles masculinos como una forma de violencia contra las mujeres y otra que entiende que todos los sujetos interactúan de maneras complejas con las representaciones y prácticas sexuales. Una defenderá la abolición y otra los derechos de las prostitutas. El último gran debate se da en torno a la transexualidad y la migración. Desde 1987 el colectivo transexual se organiza por su cuenta y en las Jornadas Estatales Feministas de 1993 presenta varias ponencias en las que se defiende la necesidad de pensar el género más allá de su fijación al sexo. Por otro lado, la presencia de las mujeres inmigrantes se hace patente a lo largo de los 90, sobre todo en Cataluña. Su experiencia pone de relieve la necesidad de comprender la identidad de una manera múltiple, donde la raza se articula con otras variables de poder como el género y el sexo.Todas estas cuestiones convergen en las preguntas ¿quién es el sujeto del feminismo? y ¿qué representa la mujer?, interrogantes en la que las políticas queer siguen ahondando. Este año, en Granada, asistimos a un verdadero encuentro entre diferentes posturas, cuya fuerza radica, por un lado, en haber sabido recuperar estas genealogías feministas y, por otro, en avanzar sobre nociones comunes: en relación a la identidad múltiple, concebir la dimensión global que adquiere la reproducción de la vida hoy o poner en primer plano la cuestión de las migraciones. Este debate se da reconociendo que ya no
se parte de una unidad del movimiento, y que tampoco existe un único sujeto del feminismo. Por ello se abren nuevos retos sobre cómo seguir construyendo un terreno común. Si no podemos presuponer identidades y por tanto tampoco luchas, ¿cómo seguir elaborando problemas a partir no ya de la unidad sino de la certeza de que habitamos diferentes y complejas situaciones? En un paso más: ¿cómo hacer resonar lo que hay de común en cada resorte individual? Quizás seguir pensando en términos de construir resonancias de manera compartida es el desafío que se abre para los próximos encuentros, a sabiendas de que Granada, 30 años después, nos ha enfrentado tanto a las diferencias como a la necesidad de seguir inventando espacios compartidos.
El 5 de diciembre las 3.000 mujeres inscritas en las jornadas acudieron al Palacio de Congresos de Granada, donde se hizo un emotiva inauguración. El 6 de diciembre cerca de 5.000 feministas se manifestaron por el centro de la ciudad. Durante dos horas, una batucada, la cofardía del mismísimo coño, una performance del colectivo Medeak y decenas de pancartas sostenidas por miles de cuerpos encarnaron la amplitud del sujeto identitario feminista. Una demostración de la riqueza de discursos feministas que se apreció también en las consignas: ¡Alerta, alerta que caminan las luchas feministas por las calles granadinas!, Vamos a quemar la conferencia episcopal por machista y patriarcal, Aborto libre y gratuito, La transexualidad no es una enfermedad...
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