De género caníbal
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Victoria López Barahona / Historiadora social y activista feminista
Uno de los síntomas de la actual crisis de la izquierda y de los llamados movimientos sociales, aparte de la escasa capacidad de movilización, es la pérdida de su propio lenguaje mediante la adopción, sin ninguna crítica, de ciertas palabras surgidas desde las instituciones oficiales. Es el caso, entre otros, del término “género”, sobre cuyo uso y abuso queremos llamar la atención, haciéndonos eco de un estado de opinión que, dentro y fuera de los ambientes universitarios, crece día a día aunque no sin trabas para su libre expresión.
Hagamos sólo un poco de historia y veremos que el concepto de ‘género’ –masculino/femenino– lo tomaron prestado de la gramática los estudios feministas anglosajones a finales de la década de 1970. Dado que el concepto de ‘sexo’ posee una connotación biológica, el de ‘género’ se consideró más apropiado para resaltar el carácter eminentemente social y cultural de los roles sexuales. De este modo, se dio carta de naturaleza al ‘sistema sexo-género’ como herramienta de análisis de las relaciones entre varones y mujeres a lo largo de la historia y en la actualidad. El problema surgió cuando desde el ámbito académico el género saltó a la arena político-institucional y mediática. Ello sucedió a partir de 1995, tras la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Pekín y organizada, como las anteriores, por la ONU. Desde ese año, los diferentes organismos oficiales que supuestamente trabajan por la igualdad, como los ‘Institutos de la Mujer’, impulsan el desarrollo de investigaciones realizadas, no ya desde una óptica feminista, sino desde una tal “perspectiva de género”. Dicha perspectiva la define la Comisión Europea en 1998, en el documento titulado 100 palabras para la igualdad. Glosario de términos relativos a la igualdad entre mujeres y hombres, que incorpora voces como “análisis por género”, “dimensión de género”, “estudios sobre la mujer”, etc.; pero omite las de “feminismo”, “estudios feministas”, “relaciones de poder” o “desigualdad”.
Sustituciones
En el lenguaje institucional, por tanto, el feminismo es sustituido por el eufemístico y menos problemático ‘género’, en el que caben todas las sensibilidades políticas, incluso las que se oponen abiertamente a ciertas reivindicaciones históricas del movimiento feminista. Así, ya no se hacen políticas feministas, sino “políticas de género” –por no hablar de la “violencia de género”–, e igual da que al frente de estas instituciones esté Bibiana Aído que Esperanza Aguirre, pongamos por caso; porque el ‘género’ permite no cuestionar el actual horizonte político y económico neoliberal en el que se inscriben las instituciones que nominalmente trabajan por la ‘igualdad’, las mismas que olvidan que dicha igualdad ‘de género’, para que sea efectiva, debe definirse y reestructurarse en conjunción con una igualdad política y social que comprende no sólo el sexo, sino también la clase, la etnia, la orientación sexual o la edad, como acaba de recordarnos Justa Montero en “Resistencias feministas”. No paran ahí los efectos perniciosos del manido género. Los medios de comunicación son en buena medida responsables de haber hecho de él un sinónimo de sexo y, en el colmo del dislate semántico, un sinónimo de ‘mujer’, de modo que la mujer es el género o el género es la mujer –en lo que queda implícito, por tanto, que el varón no lo es–. El género, así, no sólo devora al feminismo sino también a todas las mujeres, cuya diversidad social queda diluida en una simple etiqueta ‘genérica’, lo cual entraña sus riesgos. El disparate de equiparar a las mujeres o al feminismo con ‘el género’, teniendo en cuenta que este término posee muchos otros significados en el habla común, da pie a no poca confusión, especialmente entre la población que no entiende de sutilezas gramaticales, como no hace mucho denunciaba una lectora en un periódico gratuito: “El maltrato a la mujer empieza ya cuando se nos trata de ‘género’. ¿Desde cuándo las mujeres somos ‘género’, que es como suele denominarse, por ejemplo, a la mercancía de un puesto de frutos secos? (…) dejemos ya de emplear ese estúpido anglicismo que confunde la condición sexual con un concepto gramatical”.
Género comercial
El ‘género’ es un género que se vende bien. En la universidad es hoy común ‘ofertar’ asignaturas, jornadas, cursos de doctorado y masters sobre la mujer, las mujeres o el género. Esta ‘perspectiva de género’, liderada por catedráticas y profesoras de distintas disciplinas, fuertemente subvencionadas y ‘empoderadas’ por las instituciones, se ha transformado, en muchos casos, en un auténtico grupo de presión, que, lejos de denunciar la estructura jerárquica de la universidad, se comporta igual que los ‘clubes masculinos’ a los que critica, favoreciendo la endogamia, el amiguismo, las redes clientelares así como la censura, el veto y el ninguneo a los estudios –feministas o no– que no giran en su órbita; posición de poder que puede tener serias repercusiones en los expedientes de alumnas y alumnos o en las trayectorias profesionales de investigadores y docentes. Sin embargo, lo más preocupante de todo es que el lenguaje institucional del ‘género’ se ha filtrado en los grupos y medios de la izquierda supuestamente crítica, in- cluso en DIAGONAL, que, por ejemplo, en el nº 125, pregunta al secretario general de la CNT si este sindicato “trabaja desde la perspectiva de género”, y que titula como “Género” las secciones relativas a las mujeres o al movimiento feminista. En efecto, una no puede más que desmoralizarse cuando lee estas cosas y cuando ve, en una reciente exposición del libro anarquista, englobados los estudios feministas o relativos a la problemática de las mujeres bajo el rótulo del ‘género’. Si no estábamos suficientemente cosificadas, ahora resulta que somos género. ¿Realmente pensamos que con ello estamos contribuyendo a acabar con nuestra secular subordinación o es que no nos hemos parado a pensar en absoluto?
No nos oponemos al uso del concepto y del término ‘género’ y respetamos muchos de los trabajos de investigación que se han realizado desde los llamados “estudios de género”. Nos oponemos a la conversión del género en un lugar común donde hallan fácil acomodo ideologías que no aspiran a la igualdad entre ‘todas’ las mujeres y ‘todos’ los hombres, sino, como mucho, a la igualdad entre las mujeres y los hombres de aquellas clases que ostentan el poder político, económico y académico. Nos oponemos a la ‘naturalización’ que el uso indiscriminado del término género imprime en los roles sexuales, porque no son las diferencias de género las que explican la desigualdad, sino la desigualdad la que se construye en las diferencias de género; es de las ataduras del género de lo que nos tenemos que liberar las personas para avanzar en la igualdad real. No olvidemos que las alicortas políticas actuales de igualdad no habrían sido posibles sin el gran ausente en todo este discurso neoliberal del ‘género’: el Movimiento Feminista que, en el período tardofranquista y durante la llamada Transición, fue capaz de una notable movilización y sensibilización social. Recuperar nuestro lenguaje es recuperar nuestra memoria y reforzar nuestra lucha contra la opresión.
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