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Maternidad, paternidad y conciliación en la CAE

Maternidad, paternidad y conciliación en la CAE

Necesitamos una revolución ideológica, una revolución de la ideología de los roles actuales de género de nuestra cultu­ra, una revolución en los conceptos de la identidad de género. (…) La tendencia de los hombres a dejarse crecer el pelo y de las mujeres a llevar pantalones no significa que ambos estén abdicando de sus estereotipos de género. Sólo significa que los hombres se están dejando crecer el pelo y que las mujeres llevan pantalones.

Ann Oakley, Housewife


Maternidad, paternidad y conciliación en la CAE ¿Es el trabajo familiar un trabajo de mujeres?

Raquel Royo Prieto

http://www.emakunde.euskadi.net/u72-20010/es/contenidos/informacion/pub_publicaciones/es_def/adjuntos/6904-maternidad.pdf

 

INTRODUCCIÓN  

Mi madre no trabaja, contestó sin dudarlo una adolescente que entre­visté hace unos años. Ella se encarga del tema de la casa —continuó ex­plicándome— compra, cocina… todo, todo lo que se necesita en casa… lavar y planchar la ropa, fregar, cuidar a mis hermanos... Lo que te decía, como no trabaja, ella es la que se encarga de estas cosas.

Esto no sería más que una anécdota si no revelase el carácter marginal que tiene el trabajo doméstico y de cuidados en nuestra sociedad, en parte porque se considera un «trabajo de mujeres» (Coltrane, 2000: 1208-1209). Invisible y desprovisto de la consideración de auténtico trabajo (Giddens, 2002: 507-508), constituye una actividad que se encuentra entre los ni­veles más bajos de aprecio social. Sin embargo, la existencia humana no sólo depende de la producción material, sino de múltiples actividades ruti­narias que nos proporcionan alimento, vestido, protección y cuidado. Este trabajo, desempeñado generalmente en el marco de las familias, es tan im­portante para el bienestar y para la supervivencia de la sociedad como el trabajo remunerado de la economía de mercado. Por ello, en la era de la economía transnacional y de Internet:

 

El trabajo doméstico sigue siendo fundamental, aunque nunca haya sido concebido como trabajo o haya sido designado con «el trabajo del amor», que se hace, aparentemente, sin ningún desgaste personal. En realidad, ese tipo de trabajo doméstico, y su utilidad social es uno de los secretos mejores guardados de la sociedad (Subirats, 1993: 300-301).

Todas las personas —«nacidas de mujer», como dice Adrienne Rich—, compartimos la experiencia de haber sido cuidadas. El empresariado, la Administración y la Universidad a menudo olvidan esta realidad que en­vuelve nuestros recuerdos y marca nuestro presente, ya que, sin duda, no hubiéramos podido ser lo que somos sin el trabajo de quienes nos cuida­ron. Parte fundamental de nuestras vidas, el cuidado constituye el sustento de la vida humana y la condición de posibilidad de la sociedad misma y, por tanto, merece toda nuestra atención.

El hecho de que un trabajo imprescindible para vida, como el trabajo reproductivo1, ni siquiera se identifique como trabajo no es en modo al­guno casual. Conviene recordar que los conceptos que manejamos en la vida cotidiana —y en las Ciencias Sociales— no son meras definiciones neutras que reflejan la realidad como si de un espejo se tratase. Al con­trario, los conceptos son constructos sociales e históricos. Profundicemos un momento en el alcance de esta afirmación. En primer lugar, si los con­ceptos son construcciones no podemos referirnos a ellos como si fueran concepciones naturales e inmutables, antes bien, se trata de nociones no exentas de arbitrariedad. En segundo lugar, el origen de tales construccio­nes es social, es decir, tienen un significado más o menos compartido por los individuos de una determinada sociedad. En tercer lugar, los concep­tos son históricos en un doble sentido. Por un lado, se han gestado y han evolucionado a lo largo de la historia y, por otro, poseen un determinado significado en un momento histórico concreto.

Existe un cuarto elemento implícito, ya que estas construcciones con­ceptuales no se han producido en un vacío, sino en un contexto sociohis­tórico atravesado por el poder y, por tanto, los conceptos creados están modelados desde ese poder o status quo. Sin embargo, esto no siempre es fácil de detectar en la vida cotidiana ni en el ámbito científico, ya que un mecanismo típico de las ideologías hegemónicas en Occidente consiste en presentar como naturales las relaciones sociales de poder (Osborne, 1993: 73), y esto es especialmente relevante al tratar sobre las relaciones de género y, concretamente, sobre conceptos que han sido tan naturaliza­dos como «lo doméstico» y «la maternidad». De esta forma se induce a

1 El trabajo reproductivo comprende el conjunto de trabajos domésticos y de cuidados necesarios para el mantenimiento de las personas.

 

pensar que la feminidad y la masculinidad, la maternidad o la paternidad es algo dado, cuando en realidad lo que es deseable en una mujer o un hombre, en una madre o un padre varía considerablemente según la socie­dad y el momento histórico.

Por tanto, para abordar el estudio del trabajo familiar es importante comprender que los conceptos con los que pensamos en él —la materni­dad, la paternidad, lo doméstico, el trabajo, etc.— son en sí mismas cons­trucciones culturales e ideológicas, atravesadas por el poder y producto de un determinado desarrollo histórico. En concreto, las concepciones que acabamos de señalar nos remiten a la división tradicional del trabajo, se­gún la cual a las mujeres se les atribuye el trabajo reproductivo, es decir, el trabajo doméstico y la crianza, mientras que a los hombres les corres­ponde la provisión económica de la familia y el ejercicio de la autoridad. Este modelo, al que solemos denominar «la familia tradicional», no cons­tituye una categoría universal y transhistórica, sino que alude a una forma específica y unívoca de relaciones de género que se impuso en la última fase de la industrialización2. Así, de acuerdo con el ideal victoriano de las esferas separadas, el mundo exterior es «masculino» y el doméstico, «femenino», tal y como corresponde a las características esencialmente distintas, contrapuestas y complementarias que se suponen en mujeres y hombres. En este esquema, la mujer, esposa y madre, es el ángel del ho­gar, el eje de la familia y la guardiana de las buenas costumbres; en defi­nitiva, un ser doméstico, delicado, dependiente de la protección de un pa­dre o un marido (McDougall, 1984: 91) que se considera, además, como ser asexual, siendo su impulso a la maternidad análogo al impulso sexual del varón.

Los hombres, por su parte, «son quienes trabajan» para sostener a la familia3. En este sentido, durante la industrialización no sólo se configu­ra la dicotomía entre el ámbito público y el doméstico, sino que se gesta el concepto de trabajo y se equipara a empleo (Carrasco y Mayordomo, 2000: 102) —es decir, a la actividad pública, definida, considerada social­mente útil, que obtiene una remuneración medible y optimizable (Gorz, 1997: 26, 36)—. Tal y como señala Gorz:

2 El modelo de marido proveedor y de mujer como guardiana moral no se perfiló de forma clara hasta el siglo XIX (Scott y Tilly, 1984: 58).

3 Aunque numerosas mujeres de clase baja continuaron trabajando para garantizar su supervivencia y la de sus familias —siendo fundamental su contribución económica—, su papel principal socialmente definido se circunscribía a las funciones propias de su sexo. En este sentido, conviene destacar que, a pesar de que la doctrina de las esferas separadas caló en la clase baja, lo hizo más como un ideal o una aspiración que como una realidad (Coontz, 2005: 168-169), ya que estas mujeres traspasaban la frontera entre la esfera pú­blica y privada.

 

Lo que nosotros llamamos trabajo es una invención de la moderni­dad. La forma en que lo conocemos, lo practicamos y lo situamos en el centro de la vida individual y social fue inventada y luego generalizada con el industrialismo (Gorz, 1997: 25).

De esta forma, el hogar y la maternidad se configuran como refe­rente fundamental de la feminidad —y el trabajo doméstico como un «no-trabajo»—, mientras el trabajo definido como empleo adquiere una posición central en el orden social y en la identidad de la mayoría de los hombres, a la vez que el lugar en el que trabajan se convierte en el ámbito más relevante para la integración social.

Actualmente la doctrina de las esferas separadas está puesta en cues­tión por la incorporación masiva de las mujeres al ámbito laboral, pero pervive en el mundo de las creencias y valores socialmente compartidos donde los diversos roles, aptitudes y espacios se atribuyen a hombres y a mujeres. Más que cualquier otra creencia, la asignación de los espa­cios público y doméstico a unos y a otras está íntimamente vinculada a las identidades de género, es decir, a lo que significa ser un hombre o una mujer en nuestra sociedad. En palabras de Coltrane:

Se espera que las mujeres amables y delicadas permanezcan en el hogar para cuidar a la prole y a la familia, permitiendo a los hombres valientes y agresivos aventurarse en los mundos competitivos del traba­jo, la política y la guerra (Coltrane, 1996: 25).

A pesar de la obtención del derecho al sufragio femenino y del acceso masivo de las mujeres al empleo y a la educación en las sociedades euro­peas, en el siglo XXI —considerado por Camps el siglo de las mujeres— la responsabilidad de las tareas domésticas y el cuidado continúa recayen­do en ellas y esta desigualdad en el ámbito privado constituye uno de los obstáculos fundamentales en el avance hacia una sociedad sin discrimina­ción de género.

Este camino hacia una sociedad igualitaria supone vencer los meca­nismos —muchas veces ocultos— de reproducción de la desigualdad. Para ello hay que desemascarar esas dinámicas ancladas en el viejo orden doméstico y arrojar luz sobre nuevas formas de gestionar el trabajo del hogar: prácticas que desobedecen los mandatos del género y que pueden contribuir a paliar la falta de modelos que existe en el camino hacia fami­lias, maternidades y paternidades igualitarias. Este ejercicio de decons­truir las prácticas cotidianas, de preguntarse sobre aspectos que integran «el sentido común» que rara vez se cuestiona, supone sumergirse en la compleja realidad de las personas que encarnan dichas prácticas, para lo que es fundamental algo que, en ocasiones, corremos el riesgo de olvidar en la investigación social y que no es otra cosa que escuchar a la gente y comprender su perspectiva.

 

Las páginas siguientes recogen una aproximación a la realidad par­ticular y cotidiana de las madres y padres que nos han abierto la puerta de sus hogares y nos han dejado husmear e indagar en su día a día y en sus vivencias4. Nuestra andadura comienza analizando los significados cultu­rales de la maternidad y la paternidad, y la desigual dedicación de mujeres y hombres al trabajo reproductivo, para después adentrarnos en las expli­caciones que se han ido dando a esta pauta desigual desde la Sociología y en el significado económico y político de este tipo de trabajo.

A continuación, nos aproximamos a la reproducción social desde la experiencia particular de las personas consultadas, explorando aspectos como la atribución de responsabilidades en el cuidado y la educación o las creencias y concepciones de las personas entrevistadas con relación a la maternidad y paternidad, lo que nos ha permitido elaborar una serie de modelos con relación a la maternidad y a la paternidad en parejas de doble ingreso.

Posteriormente, nos acercamos al mundo del empleo y a la concilia­ción de la vida laboral con la vida privada, una problemática social que ha adquirido una creciente relevancia en el discurso público, ocupándo­nos, entre otros aspectos, de cómo las personas consultadas se enfren­tan cotidianamente a la necesidad de compatibilizar dos mundos con­trapuestos: familia y empleo, dando voz a sus estrategias, dificultades y opiniones.

Este viaje nos ha situado ante permanencias enquistadas —y refor­mulaciones— del «viejo orden doméstico», pero también ante nuevos modelos de maternidad y paternidad que cuestionan los patrones tradi­cionales heredados. El conocimiento de estos mecanismos de re-creación de la desigualdad y de estrategias para su subversión resulta fundamen­tal para avanzar hacia una sociedad sin discriminación de género, con un horizonte abierto a la vivencia de maternidades y paternidades más igua­litarias.

4 La entrevista en profundidad nos ha permitido acercarnos a la vida cotidiana de cin­cuenta y dos personas que residen con su pareja y su prole en alguna localidad de la Comu­nidad Autónoma de Euskadi (CAE), analizado en profundidad su conducta, discurso, per­cepciones, actitudes y vivencias relacionados con el cuidado, la maternidad y la paternidad, y la forma en que concilian —o no— su vida personal

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